Quienes somos
Escritores, viajeros y fundadores de la
ONG BPM, somos los autores de esta web. Nos han definido de muchas maneras, pero la que más nos ha gustado fue cuando nos dijeron que éramos muy peligrosos porque nuestra web incitaba a perder el miedo de vivir haciendo lo que a uno le gusta, y eso, en depende qué sociedad, no está muy bien visto.
Hemos demostrado que se puede vivir sin prestar demasiada atención a las cosas materiales, hemos argumentado que vale la pena luchar por conseguir los sueños, hemos evidenciado que hacer las cosas por convicción, lejos de buscar réditos a todo, es la mejor manera de sentirse a gusto con uno mismo.
Algunos nos han catalogado como locos.
Quizás sí.
Quizás somos locos, en un mundo donde la gente cuerda vende su alma al diablo por unas monedas, donde las personas normales están desubicadas porque están viviendo las vidas que otros prepararon para ellos.
Locos en un mundo donde lo normal es que el maíz cotice en bolsa, donde lo común es sentir una desmesurada ambición de ganar a pesar de que el triunfo signifique la desgracia de otros.
Locos en un mundo donde lo corriente es vivir por inercia, donde lo ordinario es que existan guerras donde la gente se mata por menos de nada, donde lo general es que existan injusticias ante las cuales nadie hace nada.
Estamos locos porque somos insumisos de la rutina, alérgicos del miedo a lo desconocido, abanderados del nomadismo e incitadores de la desobediencia a lo establecido.
Somos viajeros y estamos locos.
Si este también es tu caso, estás en la web adecuada.
A continuación tienes nuestras presentaciones, para que nos conozcas un poquito mejor.
Xavi Molins
Barcelona, 1975
La primera decisión importante de mi vida no pudo ser más errónea. A los 14 años, decidí que iba a estudiar relojería. Ni siquiera tengo el consuelo de poder echarle la culpa a mis padres, ya que ellos no me obligaron precisamente a que siguiera con la tradición familiar.
Estudiar se me reveló en aquella época como una pérdida de tiempo. Quizás a tan temprana edad ya empecé a darme cuenta de que me aborrecía seguir las pautas de un sistema que fabrica individuos en serie a costa de ahogar en cada adolescente la espontaneidad que lleva dentro.
Al cabo de poco más de 2 años, conseguí salir de este engranaje y abandoné mis estudios alegando falta de motivación.
Sí, es cierto. Actualmente no tengo ni un triste diploma que colgar en mi pared que certifique algún mérito. Paralelamente, no he dejado pasar nunca la oportunidad de aprender todo cuanto la vida me ha querido enseñar, así que me atrevo a decir que, de alguna manera, no estoy falto de títulos. ¡Allá van mis credenciales!!!
Por ser conocedor de mi propia trayectoria, doy fe de que soy Licenciado en Inconformismo y Doctorado en Filosofía Urbana. Cuento, entre otros, con un Post Grado en Desengaños Sociales y un Master en Causas Perdidas. Dichos reconocimientos me han servido para ser nombrado Presidente de Honor de la Asociación 'Un Mundo Peor', que da cabida a todos aquellos que piensan que este planeta se va al garete porque la gente que puede cambiarlo vive medianamente bien y no pierde el tiempo soñando una realidad diferente.
Lo cierto es que a los 17 años, y padeciendo ya la crueldad de una existencia sin certificados, no encontré mejores empleos que los de encuestador, vendedor de seguros que no tenían ni sede social o mozo de almacén en una perfumería de barrio.
El caso es que en el entorno laboral tampoco conseguí sentirme demasiado a gusto.
Por aquel entonces el Ejército se acordó de mí y su llamada a filas representó a mis 18 años la oportunidad de 'independizarme' e irme a vivir a Zaragoza. La vida militar me sirvió para conocerme a mí mismo, y fue en aquellos días que se empezó a gestar en mi interior la persona que hoy en día soy.
Como no quise aceptar el mecanismo infame de un ejército en que prevalecían leyes cavernícolas basadas en estúpidas jerarquías, fui arrestado un total de 136 días. Muchos no entendían que prefiriera ser arrestado antes que bajar la cabeza, y yo nunca entendí a aquellos que sacrificaban su dignidad si ello les servía para gozar de una libertad ficticia.
Por acumulación de arrestos y por ser un mal ejemplo de cómo respetarse uno mismo, decidieron que lo mejor que podían hacer conmigo era encerrarme en un Centro Disciplinario Militar. Allí pasé un mes entero encerrado entre cuatro paredes. Invertí mi tiempo escuchando a Joaquín Sabina y pasé largas horas escribiendo cartas de amor que nunca dieron resultado
Volví a Barcelona. En pocos días me di cuenta de que no sabía qué quería hacer con mi vida. Afortunadamente, sabía lo que no quería. Eso, a esas alturas, ya era mucho. Conozco a gente que ronda los 40 y por seguir el recto camino de una vida prefabricada todavía no han tenido tiempo de darse cuenta de que están viviendo una vida que no quieren.
Decidí que quería ser libre e independiente, así que planeé irme a vivir a cualquier ciudad española. Bilbao... sí, Bilbao estaba bien. No sé por qué me decidí por esta ciudad en concreto. Necesitaba ahorrar un poco de dinero, así que trabajé un tiempo como soldador de montajes eléctricos.
Pero el destino me estaba reservando un cambio de planes, y fue así como un trágico suceso me hizo recordar aquella frase de John Lennon que dice que 'la vida es todo aquello que te sucede mientras estás ocupado planificando el futuro'.
La nueva situación me convirtió en una persona temerosa y triste que apenas se acordaba de sus no tan lejanas ganas de vivir aventuras. Encadené empleo tras otro; mensajero, peón de fábrica, guillotinista, maquinista de artes gráficas... Los días pasaban por inercia y la vida era una colección de sucesos triviales y situaciones banales.
Finalmente encontré un montón de excusas para dar un importante paso, el de irme a trabajar de fregaplatos a Inglaterra durante cuatro meses. La fina lluvia diaria de Coventry amenizó aquella agradable aventura, de la que volví con una maleta llena de recuerdos y el corazón roto por una inglesa de dudosa credibilidad y de excesivo mal gusto vistiendo.
El tiempo curó las heridas, pero también el tiempo trajo otras... y volvió a curarlas... y así hasta que acabé comprendiendo que la gracia de esta vida consiste en arriesgarse a que te sucedan cosas.
Así pues, de nuevo cogí la mochila y me aventuré a conocer mundo. Esta vez consistió en un par de meses entre Senegal y Gambia colaborando con una ONG. Allí descubrí demasiadas cosas en muy poco tiempo, pero ante todo conocí un mundo que no me gustaba y del que no quería formar parte. Quien bien me conoce, sabe que aquella experiencia cambió mi vida y que desde aquellos días habita en mí el deseo de hacer cualquier cosa que haga que este mundo sea un poco menos insolente.
De regreso a Barcelona, volví a tener varios empleos. Impresor, camarero, vendedor de petardos, dependiente en la joyería de mi padre... Curiosamente me entraron las ganas de estudiar que en su día no había tenido. Hice varios cursos... pero no tardé en marchar de nuevo, así que casi sin darme cuenta me había ido a Reims, Francia, a trabajar como ayudante de cocina.
Pero al cabo de unas pocas semanas, algo me hizo volver. Quizás ya era demasiado mayor como para no tener un oficio, así que de regreso a Barcelona encadené una serie de cursos intensivos que me permitieron trabajar como diseñador gráfico en un diario deportivo y más tarde en una editorial.
Y cuando la vida empezó a parecerme rutinaria y previsible, mi camino se cruzó con el de Carme, la compañera perfecta con la que dar la vuelta al mundo.
De aquel año viajando por este desconcertante planeta, nació otro de mis sueños, el de escribir un libro. También, y siempre con Carme, funde la ONG BPM, que si bien no arregla el mundo, sirve para que los socios organicemos reuniones donde abundan el café y las pizzas congeladas.
Sería injusto no decir nada de los logros que entre todos hemos conseguido en nuestro proyectos, pero de alguna manera creo que no es correcto que sea yo el que lo diga.
Paralelamente, y al volver de nuestro viaje de un año, sentí que me había acostumbrado demasiado a la libertad de no tener a quien obedecer. Después de trabajar apenas tres semanas en un centro de reprografía, monté mi propio negocio de páginas web, que después de mucho esfuerzo al final resultó que era rentable y todo.
La vida fue sucediendo de forma gradual, sin grandes sobresaltos.
Con el paso de los días, la monotonía acabó convirtiéndolo todo en un manojo de vulgaridades dignas de no ser mencionadas.
Y aunque es fácil insertarse en una sociedad donde prima el bienestar, el día siempre traía consigo recuerdos de otras épocas, donde dentro de una mochila había lo necesario para vivir. Y lo que era un molesto picor sin importancia, acabó convirtiéndose en un dolor imposible de obviar.
Aquel día Carme llegó a casa cansada de trabajar.
- Tenemos que hablar- le dije.
Pero en sus ojos se adivinaba que ella ya hacía tiempo que estaba en la misma situación que yo.
- No hace falta que continúes -me contestó. La respuesta es sí.
Después de aquella segunda vuelta al mundo, ya nadie podía hacernos creer que había algo mejor que vagabundear por el planeta con apenas 10 kilos en la espalda. Vino un viaje de 4 meses a India y Nepal, otro a Egipto de dos meses... pero entonces una complicada enfermedad vascular, que finalmente pude vencer, me dio la oportunidad de recibir del azar una bocanada de aire fresco que cambió mi existencia por completo. Conseguí ajustar las velas de mi vida, y ya nada ni nadie pudo evitar que me dispusiera a disfrutar del placer de estar vivo a cada momento.
Junto con Carme, más unidos que nunca, emprendimos nuestra tercera vuelta al mundo, sin duda alguna el viaje más emotivo, espiritual y apasionante de toda mi vida.
Carme Corretgé
Barcelona, 1976
Nací un caluroso agosto de 1976 en Barcelona.
Siempre he querido creer que mi concepción estuvo muy relacionada con la botella de cava que se tomaron mis padres para celebrar la muerte del dictador.
Sí, nací en plena la transición... soy de aquella generación que ha vivido sin pena ni gloria: No hemos vivido una guerra, ni una dictadura, ni tan siquiera el desenfreno de los 70.
Mi infancia pasó junto a 'La Abeja Maya', 'Willy Fogg', 'Heidi' y 'Marco' entre otros.
Tuve la suerte de viajar cuando muy pocos de mi clase social lo hacían en mi país, pues mis padres, campistas de toda la vida, no tenían ningún reparo en aventurarse de ruta con el coche, roulotte y un par de mocosas. Así tuve la oportunidad de visitar media Europa e ir desarrollando la pasión por el viaje.
Llegó la adolescencia, época que más vale no recordar mucho (la moda, en los 90, fue muy cruel con mi generación, ya sabéis: hombreras, pantalones a lo pescador, tupés, etc). ¿Qué decir de aquellos días? rebeldía, juergas, los primeros amores, los segundos, los terceros, bueno, tampoco hace falta explicarlo todo, ya se sabe que las hormonas van locas en la adolescencia.
Comencé a trabajar muy joven, siempre compaginándolo con los estudios. Podría decir que siempre me he caracterizado por ser una mujer muy independiente y responsable, pero la verdad es que mis padres no me daban un céntimo para mis caprichos, así que me tuve que buscar la vida.
Trabajé de cuidando a niños, de operadora de tele-marketing, de promotora de ventas (incluso me llegué a disfrazar de paje de Papá Noel), de cajera en un restaurante de comida rápida, de dependienta en una tienda de ropa... en fin, una serie de experiencias que me acabaron de convencer de seguir con mis estudios para tratar de encontrar un buen empleo que me llenara un poco más.
Estudié Psicología. La poca salida a nivel profesional de las ramas clínica y social, que eran en realidad mis preferidas, me empujaron a dedicarme al mundo de la empresa: los recursos humanos.
Tenía la extraña ilusión de que con mi trabajo ayudaría a las personas a realizarse, a ser más felices dentro del entorno laboral. Y es que siempre he sido idealista. Luego descubrí que la cosa no iba así, pero ya estaba metida hasta las cejas. Así que comencé a pensar que quizás tenía una misión divina, me sentía como una espía doble, ahí, 'luchando desde dentro'.
Cuando me di cuenta de que eso de la realización a nivel profesional era una patraña que se habían inventado algunos para que hicieras horas extras sin cobrarlas, conocí a Xavier, sin duda una mala influencia según algunos. Como quien no quiere la cosa y casi sin darnos cuenta, nos fuimos contando nuestros sueños de infancia, las ganas de vivir aventuras, de conocer nuevos mundos, nuevas realidades... hasta que uno por el otro y el otro por el uno, ya teníamos un billete sólo de ida a Buenos Aires con la intención de viajar durante un año alrededor del mundo.
Ese viaje, aunque pueda sonar a tópico, me cambió la vida. Aprendí más en un año de lo que había aprendido en casi 30, que se dice pronto.
Pero por encima de los conocimientos, aprendí a valorar lo bueno de la vida en su esencia: la libertad, la amistad, el amor, la diversidad, y dejé de valorar sus sucedáneos: el dinero, los lujos, etc
No hay nada que supere estar con la persona que amas, una charla con un amigo de aquellas que arreglan el mundo en una hora, un abrazo, ser dueño de tu vida, actuar según tus principios. Y todo esto no se compra.
El año me cundió menos que, como dice Sabina, 'lo que duran dos peces de hielo en un güisqui on the rock's'. Volvimos a Barcelona y, en contra de lo que imaginábamos, nada había cambiado, todo seguía igual. Quizás por eso pensé que podía retomar mi vida allí justo donde la había dejado. Así que de nuevo me puse a trabajar en recursos humanos.
Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra y mi experiencia lo confirma.
Tampoco había cambiado nada la empresa donde trabajaba: las mismas batallitas, las mismas discusiones. Pero yo sí había cambiado, no era la misma.
Lo que antes hubiera sido importante para mí, entonces pasó a ser una ridiculez. Lo que antes no me hubiera afectado, entonces sí me hería. Decididamente, no acababa de gustarme mi antigua existencia.
Pasaron dos años y no hacía más que preguntarme qué demonios hacía yo viviendo una vida que no quería vivir, ¿acaso alguien me estaba obligando? Quizás era el momento de tomar de nuevo las riendas de mi vida y, al menos intentar, hacer algo en lo que creyera de verdad, algo que me apasionara. Y así comenzó un proyecto de vida diferente en el cual intentaríamos vivir viajando.
A principios de 2008 nos colgamos de nuevo la mochila a la espalda y comenzó nuestra segunda vuelta al mundo, la viabilidad de la cual estaba muy ligada a nuestro propio negocio de diseño de páginas web que mantenemos mientras viajamos. Llevábamos 8 meses viajando cuando la incipiente crisis Europea entró en nuestras vidas, y nos obligó a volver a casa en busca de recursos.
Desde entonces el camino no ha sido fácil, ni a nivel económico ni a nivel de salud, lo cual, en lugar de amedrentarnos nos ha dado más argumentos para seguir intentando vivir nuestra vida como queremos. Como hacen los karatekas con los ataques del enemigo, hemos tomado estas eventualidades y las hemos usado para impulsarnos, y de ese impulso ha nacido nuestra tercera vuelta al mundo.
Nunca hemos pensado que nuestros viajes fueran sólo físicos, pero ahora percibimos más que nunca el aprendizaje a través de las situaciones y las personas que el camino nos va regalando. Recorreremos muchos países, pero tenemos la certeza que el destino no nos llevará a ningún lugar en concreto sino a nuestro interior.
COLABORADORES:
Mireia Puntí, bióloga y fotógrafa. Actualmente imparte cursos de fotografía especializados en la temática de la naturaleza y los viajes.
Gran viajera, es autora del libro El viatge dels Rodamons, basado en su gran viaje de catorce meses dando la vuelta al mundo. www.mireiapunti.com
Miriam Velázquez, Licenciada en Historia del Arte, profesora de español y titulada en Cooperación Internacional, cree que un viaje es una aventura única, una experiencia que puede cambiarte la vida, pues la huella que nos deja ya nunca desaparece. Viajar para ella es disfrutar, aprender, compartir y crecer.