Blog de viajes
UNA NUEVA VIDAPublicado el Lunes 18-02-2008 - (0 comentarios)
En el parking del aeropuerto de BarcelonaSon muchas las sensaciones y emociones que hemos sentido los últimos días, imposibles de describir desde este
hostal del barrio colonial de Santo Domingo donde estamos en estos momentos.
Nuestra última semana en
Barcelona fue de locos, agravando la situación una carta de última hora, de carácter urgente, en la que se nos comunicaba la obligación de asistir a la mesa electoral de las elecciones del próximo 9 de marzo.
–
Vuestro viaje no exime la responsabilidad que tenéis hacia el estado –nos decía la funcionaria de turno mientras a nosotros la sangre se nos empezaba a acumular en las mejillas.
–A ver, señorita –intentábamos aclarar–. Nosotros nos vamos pasado mañana y ya no volvemos hasta no se sabe cuando.
Su media sonrisa y la escasez de palabras al responder indicaban que no había solución a este contratiempo, y que no había nada que pudiera evitar que el próximo 9 de marzo debiéramos estar en Barcelona.
–Algo se podrá hacer para arreglar esto –dijimos a la desesperada.
–Podríais hacer un recurso alegando vuestra situación… pero este trámite no dura menos de una semana, con lo cual no podríais coger el vuelo de aquí dos días.
Ya nos habíamos informado antes, así que sabíamos que el
no asistir a la mesa electoral conllevaba una multa de más de 1800 Euros.
En aquellos momentos, nuestra cara era el vivo retrato de la desolación.
Quizás fueran esas caras las que hicieron que aquella mujer se ablandara y con la voz baja para evitar ser escuchada por los demás funcionarios, pronunció unas palabras que nos devolvieron la vida.
–Iros. Iros de aquí. Vosotros no habéis venido, y yo no os he visto nunca.
En aquel momento, hubiéramos saltado la mesa que nos separaba y hubiésemos llenado de besos a esa señora… pero se trataba de ser discretos y no llamar la atención.
La semana discurrió resolviendo este y otros contratiempos de última hora, y poco a poco se acercó el temido momento de las despedidas.
Uno nunca se acostumbra a decir adiós a las personas queridas, y el corazón se empequeñece con los últimos besos, las últimas palabras, las últimas lágrimas.
Y cuando te quieres dar cuenta, estás dentro de un avión y una sensación amarga te acompaña durante todo el trayecto.
Aterrizamos en Santo Domingo por la noche, pero para nuestro cuerpo eran las tantas de la madrugada.
Por eso, esta mañana, mientras paseábamos por las calles de esta preciosa ciudad, estábamos bastante confusos y con el ánimo dolido por las recientes despedidas.
Con el fin de solucionar ambas sensaciones, hemos encontrado sendas soluciones.
Para el desánimo de las despedidas, nos hemos repetido hasta la saciedad que lo verdaderamente amargo sería no estar triste, porque eso significaría que no tenemos nadie a quien añorar y ni tan siquiera razones para volver.
Y para el cansancio físico, no hemos dudado en hacer algo que para nosotros representa uno de los más lujosos
placeres de viajar sin prisa. Hemos buscado un parque, un árbol con buena sombra y nos hemos tumbado a dormir sabiendo que, por fin, nuestra nueva vida acababa de empezar.

Santo Domingo
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