CADA VEZ MAS INTEGRADOS EN REPUBLICA DOMINICANA

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CADA VEZ MAS INTEGRADOS EN REPUBLICA DOMINICANA
Publicado el Viernes 28-03-2008 - (0 comentarios)

Uno de los ojos de agua en el suroeste de la isla dominicana

Llevamos ya casi un mes y medio en la República Dominicana y con el paso de los días cada vez estamos más aferrados a este lugar donde de fondo acostumbra a escucharse el cálido ritmo musical de un “merengue” o una “bachata”.

Estamos actualmente ya inmersos en nuestro quehacer en la ONG con la que colaboramos, Oné Respé.
La gente que forma la asociación tiene la culpa de que estemos tan a gusto, pues desde el primer día nos han abierto las puertas y nos han hecho sentir que formábamos parte de este grupo.
Oné Respé no deja de sorprendernos diariamente, pues cada jornada descubrimos más a fondo los proyectos que realizan y es sorprendente la cantidad de frentes en los que actúan y el éxito que consiguen en ellos.

Natasha y Gatucho, los “padres” de esta organización, evocan una especial bocanada de frescura, ayudado en gran parte por sus grandes dotes como oradores, y sin duda oirlos hablar es dejarse llevar por una corriente de optimismo.
Fue Natasha la que se encargó de encontrarnos un lugar donde vivir mientras estuviéramos colaborando con ellos.

Mientras esperábamos que nos encontrara una vivienda, llegó Semana Santa y decidimos aprovechar esos días para ir al sur.
Alquilamos un coche durante cuatro días y fuimos hasta el extremo del país, junto a la frontera con Haití. Nunca se nos ocurrió pensar la aventura que sería conducir por República Dominicana… pero realmente lo fue, pues circular por este país sin conocer las normas no escritas es algo que a día de hoy se nos antoja digno de valientes.
Carreteras con badenes asesinos de chasis cuando menos te lo esperas, conductores suicidas cuyas maniobras servirían de ejemplo a la DGT para sus anuncios de cómo no se debe conducir. Semáforos que se ignoran sea cual sea su color. Vacas, burros, gallinas, caballos cruzando las carreteras… todo ello forma parte de la red viaria dominicana.
Pero sin duda alguna, lo peor fue el último día ya regresando a Santiago, cuando nos encontramos en una autopista desierta y sin apenas luz, con coches cruzando paralelamente y motos sin luces circulando en dirección contraria.
Nuestra estrategia fue la de esperar a algún coche y situarnos justo detrás de él… pero se nos escapaban continuamente debido a su gran velocidad, y en parte suponemos porque de alguna manera encontraban muy extraño que alguien se pasara el rato detrás de ellos sin querer adelantar. Es posible que se pensaran que los seguíamos, y que por ello aceleraran hasta perdernos.

El caso es que aparte de nuestros problemas automovilísticos, los días de fiesta fueron fabulosos por hallarnos en una zona que sin duda merece la pena visitar, especialmente la Bahía de la Águilas, donde se encuentra la que creemos que es (junto con Ko phi phi en Tailandia), la mejor playa que hemos visto en nuestra vida.
También visitamos el parque del Lago Enriquillo, repleto de iguanas más grandes que gatos.
Toda la zona sur es espléndida, y a nosotros todavía se nos hace difícil ententer por qué la gente sigue yendo a lugares como Punta Cana o Playa Bávaro, cuando hay en este país lugares tan hermosos y curiosos como esta zona sureña.

A nuestra vuelta, Natasha ya nos había encontrado un lugar donde vivir, y su acierto es algo que agradecemos todos los días.
Estamos compartiendo piso con Ivrance y Carola, dos chicas geniales que nos alegran la vida y que, dicho sea de paso, no paran de reirse de nuestro acento español y las palabras y expresiones que utilizamos. De más está decir que a la inversa sucede lo mismo.
Precisamente, algo que a nosotros nos encanta de viajar por latinoamérica, es conocer todas estas variantes del castellano. Acentos dulces, expresiones nuevas, palabras nunca oídas pero que de alguna manera sabes lo que significan… aunque siempre está la típica ‘patinada’, como el otro día cuando, mientras cenábamos en un bar, a nuestra mesa se acercó un hombre.
-Tengo que pedirles una cosa, pero me da un poco de vergüenza- nos susurró poniendo una cara acorde con la situación. Verán…- continuó- necesitaría una funda de leche.
En nuestra cara se dibujó una ligera sonrisa. –Vaya – pensamos. De modo que es así como aquí llaman a los preservativos. De todas maneras, quisimos asegurarnos.
-¿Una funda de leche?-le preguntamos.
-Sí, sí, una funda de leche- Y con su profundo acento dominicano dijo una frase de la cual sólo entendimos una palabra: ‘polvo’.
Cuando ya estábamos comprobando si en nuestra bolsa llevábamos algún preservativo, aquel hombre nos dijo algo que nos descolocó.
- Piensen que a mí una funda de leche me dura dos meses y medio.
Ambos nos quedamos perplejos y no sabíamos cómo actuar.
A esas alturas, y con toda la información que teníamos, podíamos pensar tres cosas:
a) Aquel hombre hacía el amor muy de tanto en tanto.
b) Reutilizaba los preservativos.
c) Nos estaba pidiendo una cosa totalmente diferente.
Finalmente, y después de una explicación más concisa, le dimos a William, que así se llamaba, un billete de 50 pesos para que pudiera comprarse un carton de leche en polvo.


Uno de los ojos de agua en el suroeste de la isla dominicana


Iguanas y lagartos en la zona del lago enriquillo


En el suroeste de república dominicana




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