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UN DÍA TRISTEPublicado el Lunes 21-10-2013 - (0 comentarios)La playa fue un campo de concentración Era un día fresco de finales de verano. El cielo estaba encapotado y soplaba el viento típico de la zona, la tramuntana. Era un día triste.
Argelès, actualmente convertido en un destino turístico playero muy comercial, estaba medio vacío. Los bañadores y las toallas horteras ondeaban en las tiendas, abanderando el lugar, poniendo el sello de turismo masivo.
Era uno de los puntos principales de nuestra
#RutadelExilio. Acabábamos de llegar allí y estábamos impacientes por ver la playa. Aquel trozo de playa que hace unos 70 años fue un campo de concentración. En el
CIDER (Centro de Interpretación de Documentación sobre el Exilio y la Retirada), la encantadora Helvia nos había explicado que el campo ocupaba el área que iba desde el pinar hasta un monolito dedicado a los exiliados republicanos, aproximadamente 50 hectáreas de arena. Decidimos caminar ese trayecto. El fuerte viento nos impedía andar con normalidad y la arena se levantaba a ráfagas. En silencio, cada paso que dábamos era un pequeño homenaje a nuestros abuelos, y a los cientos de miles que estuvieron retenidos allí, rodeados tan sólo de agua, arena y una violenta alambrada de púas.
La playa nos pareció también triste.
Aquel helado febrero de 1939, cientos de miles de personas llegaron a Francia después de pasar la frontera por la
Jonquera. Estaban exhaustos tras una travesía eterna. Traían con ellos las pocas pertenencias que les quedaban, lo que podían llevar encima. En
El Pertús los gendarmes les indicaron que tenían que seguir unos 30 km más.
Se sentían aterrorizados. Los bombardeos indiscriminados hacia la población civil y los fusilamientos masivos en las poblaciones ya ocupadas por los sublevados, no daban lugar a dudas. La represión contra los vencidos iba a ser brutal.
Era cierto, habían sido derrotados, pero tenían la convicción de contar con la victoria moral. Al fin y al cabo la guerra había sido provocada por un alzamiento militar en contra de un gobierno elegido democráticamente. Quizás por eso, caminaban llenos de esperanza. Pensaban que en la frontera se quedarían todos sus temores, que serían acogidos como refugiados… que Europa reaccionaría por fin en contra del fascismo. Pensaban que podrían volver pronto.
La arena de
Argelès o
Sant Cyprien, un
campo de concentración unos kilómetros más arriba, se tragaría todas aquellas esperanzas.
Cuando toda aquella marea humana llegó al lugar “habilitado” para ellos tan sólo se encontraron con una alambrada. NADA más. Algunos improvisaron tiendas de campaña con sus mantas, otros durmieron bajo la arena para resguardarse del frío intenso. No había lugar para asearse ni para hacer las necesidades, la comida era muy escasa, no había agua potable... En muy poco tiempo aquellos campamentos miserables se convertirían en lugares inhóspitos llenos de enfermedades debido a las precarias condiciones de vida. Sobrevivir allí era una lotería.
Vigilados por cuerpos militares coloniales, como la Guardia Senegalesa o los Sipahis, los campos de concentración playeros se convirtieron en surrealistas cárceles con vistas al mar. Para hombres, mujeres y niños.
Cuando llegamos al monolito, nos sentamos por un momento sobre la arena. Cogimos un puñado y poco a poco la dejamos escurrir entre nuestros dedos. Su tacto era frío, húmedo y… triste.
Monolito a la memoria de los republicanos
Una fotografía de la llegada de los exiliados a Argelès
Helvia nos explicó parte de la historia en el cementerio de los españoles
En el CIDER con Jaqueline, del ayuntamiento de Argelès
Parte de la alambrada de púas del campo de Argelès
Vista de Argelès desde Valmy
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