Blog de viajes
DE PELEA EN PELEA Y DE PUTICLUB EN PUTICLUBPublicado el Sábado 20-03-2010 - (2 comentarios)La tranquila playa de Al-Quseir. Nuestro viaje de Luxor a Dahab, de cuatro días de duración, lo recordaremos durante mucho tiempo.
Ya al salir de Luxor, en la estación de tren, tuvimos el primer contratiempo, como preludio de lo que había de venir.
Un policía armado con metralleta y con cara de pocos amigos se acercó a nosotros.
- No podéis coger este tren- nos anunció categóricamente.
Con el
transporte en Egipto están un poco pesados con esto de que no puedes viajar solo a según que lugares a no ser que lleves escolta policial, o no dejándote ir en los transportes públicos egipcios si coinciden más de cuatro turistas juntos.
Sin embargo, para nosotros no hay nada más inseguro que viajar con una persona armada a tu lado. El caso es que aprovechamos cuando el policía no miraba para entrar en el tren. Quizás se olvidaba de nosotros.
Ya estábamos camino de Al-Quseir, pequeño pueblo a orillas del Mar Rojo, hoy en día ignorado por los visitantes, y bajo nuestro punto de vista, una de las futuras perlas de Egipto de aquí unos años.
Pero como actualmente casi nadie se queda en Al-Quseir, la oferta de lugares en los que hospedarse es muy limitada.
De hecho, tan solo había dos hoteles. Uno valía 200 dólares por noche (o sea, descartado), y el otro 20 €, el cual no nos acababa de convencer.
Decidimos que tendría que haber algún lugar más económico, y nos pusimos a preguntar a la gente.
Finalmente llegamos al Princess Hotel, de apenas 6 € y bastante decente.
Una vez instalados, comenzamos a notar algo extraño en el ambiente de aquel hostal. Nos dimos cuenta cuando encendimos la luz de nuestra habitación. ¡Era roja! ¿Realmente era eso un hostal o una casa de citas?
El caso es que esa tarde fuimos a pasear, y al volver al ´hostal´, le dijimos al recepcionista que si sabía los horarios de los buses hacia Hurghada, nuestro siguiente punto de camino a Dahab. El recepcionista nos dijo que en un rato nos enviaría un chico a la habitación con la información que necesitábamos.
Al cabo de una hora, un chico alto, moreno y musculoso llamó a nuestra puerta. Nos dijo que no tenía ni idea de los horarios de los buses... pero que si queríamos nos daba un masaje. Nos costó mucho hacerle entender a ese chico engominado hasta las cejas que no estábamos interesados.
Finalmente, decidimos buscar por nuestra cuenta el transporte hacia Hurghada.
Al día siguiente, encontramos una especie de 'mini van' compartida que nos dejó a unos 10 kilómetros de Hurghada. Buscábamos un hotel que nos habían recomendado unos amigos, el 'Waves Hotel'.
Por dos veces, subimos a un transporte público cuyo chófer nos aseguró que nos llevaría allí... pero al final del trayecto ambas veces nos dijeron que no tenían ni idea de donde estaba. ¿Lo hicieron para que pagásemos el ticket y ya está?... no lo sabemos, pero lo que si sabemos es que no sirvió de nada la discusión en la que nos enfrascamos.
El caso es que eran las 10 de la noche y estábamos más tirados que una colilla en el centro de Hurghada.
Hurghada es... ¿cómo definirlo?... el paraíso del mal gusto, un oasis de exhibicionismo en un país donde reina el recatamiento. Un territorio donde manadas de turistas rusas andan medio desnudas, en un lugar donde a las mujeres autóctonas cuesta verles un trocito de cuello.
En definitiva, la bajeza a la que puede llegar el turismo mal entendido, la falta de respeto hacia las culturas locales.
No teníamos ganas de perder tiempo, así que entramos en el primer hotel que nos pareció decente.
Después de una ducha, bajamos al restaurante.
Allí, al cabo de cinco minutos, volvimos a tener una sensación algo extraña del lugar en el que estábamos. En el restaurante habían unas 7 u 8 camareras, de ropas ceñidas, yendo y viniendo hacia mesas donde misteriosos caballeros permanecían semiescondidos. No sabemos por qué, tuvimos la impresión de que en aquel restaurante servían más carne que pescado.
Acabamos de cenar tan pronto pudimos, y regresamos a la habitación a dormir, estábamos cansados. Esta vez ya ni nos atrevimos preguntar en la recepción acerca del bus que debíamos coger al día siguiente.
Serían sobre las diez de la mañana cuando llegamos a la estación, donde debíamos encontrar un autocar para ir a Suez, ciudad famosa por su canal.
Llegados a este punto, hemos de comentar que siempre hemos dicho que las personas se dividen en tres géneros: Hombres, mujeres... y revisores de tren o autobús. Raza aparte donde las hayas, en nuestros viajes siempre está muy presente esta entrañable figura a la que difícilmente se la puede ver sonreír y que probablemente se dejaría cortar un brazo antes que mostrar un gesto amable.
En este caso, el revisor en cuestión nos cobró 20 libras de más por nuestros tickets. Poco se esperaba aquel personaje que sabíamos leer un poco de árabe, y que por eso pudimos ver la diferencia de precio.
Cuando fuimos a reclamarle, simplemente hizo un gesto despectivo hacia nosotros y se giró de espaldas. Ya vimos que iba a ser imposible arreglar el problema por las buenas.
Entró en juego una tercera persona, un chico majísimo que ocupaba el asiento de al lado y que se ofreció a hacer de mediador.
La actitud del revisor fue tan extravagante y maleducada, que decidimos tomar medidas serias. Le hicimos saber que en el próximo Check Point (control policial) bajaríamos y hablaríamos con la policía.
Eso fue el desencadenante de una discusión que afectó a todo el autobús. Suponemos que más de uno tenía motivos para que la policía no interviniese en aquel asunto. También, aquello conllevaría una gran pérdida de tiempo. Fue una discusión en la que ya participaba todo el mundo. El revisor seguía con su actitud déspota, y a pesar de que ya hacía rato que habíamos demostrado que nos había cobrado 20 libras más, se negó a devolvernos el dinero.
Los demás pasajeros también lo sabían... así que hicieron una colecta entre todos y nos dieron las 20 libras. Nos costó hacerles entender que a nosotros las 20 libras (apenas 3 euros) nos daban igual, simplemente queríamos justicia... pero estaban tan atemorizados por la posibilidad de que llamásemos a la policía que intentaron cualquier cosa. A esa altura la discusión ya era a gritos, con el agravante de que el conductor también se había enfrascado y por momentos chillaba y ni siquiera miraba a la carretera. Aquello se había ido de madre.
Finalmente desistimos en llamar a la policía. 40 personas no tenían la culpa de que un impresentable ni siquiera se dignara a intentar encontrar una solución.
Pero bueno, ya estábamos en Suez.
Ciudad poco turística, tampoco habían muchas opciones donde hospedarse. Y el hotel más razonable, estaba completo.
Fuimos a parar a la única opción que teníamos, un cuchitril por el cual nos pedían 17 €. Una estafa en toda regla. De nuevo una discusión, esta vez con el amo del hostal, a quien le hicimos saber lo mucho que nos ofende el típico oportunismo del garito de turno cuando sabe que no tienes más remedio que quedarte en él porque no hay más opciones.
Y finalmente, llegamos a Dahab al día siguiente. Algunos dicen que lo que disfrutas de un lugar es proporcional a lo que te ha costado llegar a él. En ese caso, Dahab sería para nosotros un paraíso terrenal.
Paseando por las calles del pueblo, desierto al medio día.
Una red de pesca en un balcón de una de las calles de Al-Quseir.
En Al-Quseir se encuentra una antigua fortín.
El panadero nos enseña como trabaja. En la foto estamos con las manos en la masa literalmente.
Con unas amigas en la playa nos dedicamos a buscar caracolas y conchas.
El Paseo Marítimo de Al Quseir, en el Mar Rojo.
Con Ahmed, uno de nuestros defensores del autocar hacia Suez.
2 Comentarios
Añadir comentario
23/11/2013 - sara
los revisores son lo peor que hay, tuve movida con uno en un tren en la India….me persiguió por todo el maldito tren maldiciendo como loco jajajajaja
24/11/2013 - Noelia Zulueta
Que historia, me encanto, por sobre todo el final!