Narrativa de viajes.

PRÓLOGOY somos nosotros los que estamos locos.
Hubo un momento en la historia de la humanidad en que el mundo entero era nómada.
El nomadismo es una de las más antiguas formas de subsistencia y desarrollo, y durante miles de años el ser humano no tuvo un territorio fijo como residencia permanente.
No fue hasta la aparición de la agricultura que el hombre consideró la posibilidad del sedentarismo, y cabe imaginar que aquellos que fueron los primeros en plantearse esta nueva forma de vida fueron tachados de locos.
Pasar del nomadismo al sedentarismo no fue cuestión de años ni de décadas, sino de generaciones. Se necesitó mucho tiempo hasta considerarlo una forma válida de subsistencia. Como cualquier cambio importante dentro de la historia de la humanidad, la aparición de un nuevo modelo siempre tiene defensores y detractores.
Aquellos que vieron en el sedentarismo una posibilidad de plantear una nueva existencia, seguramente tuvieron que luchar contra una marea de opiniones que aseguraban que no era posible vivir sin tener que desplazarse.
El hombre es un ser social por naturaleza y, en cierto modo, es un animal de costumbres. Cualquier individuo que intente salirse de la línea que establece el pensamiento grupal, deberá enfrentarse al resto de miembros y tendrá que luchar para demostrar que sus pensamientos son igual de válidos que los de la mayoría.
Unos cuantos miles de años más tarde, la situación es completamente inversa. La práctica totalidad de la humanidad es sedentaria y la tierra ha pasado a ser un bien que se puede comprar, vender, conquistar… Innumerables guerras han ido dibujando las actuales fronteras, sembradas de sangre y muerte. La libertad para cruzar esas tierras dependerá del origen de cada persona, ciudadano de primera o de segunda categoría, rico o pobre. Cualquier planteamiento diferente se contempla como excéntrico, erróneo o, directamente, ilegal.
Nosotros hace años que decidimos ser nómadas. Evidentemente, existe una gran diferencia entre nosotros y aquellos humanos que tenían que desplazarse para sobrevivir. En nuestro caso, nuestro afán por viajar no responde a un instinto de supervivencia, sino a la búsqueda de la felicidad a través de un modo de vida que hoy en día no es el más convencional.
Consideramos el mundo un lugar hermoso que uno debe conocer, pues el no hacerlo significa perderse un sinfín de maravillosas sensaciones que no se pueden vivir desde el sofá de tu casa. Dicen que la vida es como un libro, y el que no viaja tan sólo lee la primera página.
Al igual que aquellos que en su día propusieron el sedentarismo, también nos enfrentamos a una corriente de opiniones contrarias. La mayoría de ellas ni siquiera tienen un fundamento lógico, y a veces, incluso, aquellos que recelan de nuestra manera de vivir lo hacen por la simple razón de que estamos haciendo algo que el resto de gente no suele hacer. Aquí es donde aflora esta costumbre tan humana como incompresible: aquél que hace algo diferente, pasa automáticamente a levantar sospechas y a ser cuestionado. Serán muchas las veces que será considerado un loco, pues ésta es una distinción que se le otorga a cualquiera que plantee un modo de vida distinto al establecido.
Dar la vuelta al mundo no es difícil. Ni tan siquiera se necesita ser valiente. De hecho, dar la vuelta al mundo es igual de difícil que vivir en una ciudad y tener un empleo estable. Para lo único que se necesita valor, es para desprenderse de esta losa que es el pensamiento único, de esta necesidad de que todo lo que hagas esté avalado por el resto de la sociedad.
Pertenecemos a una generación que ya ha perdido las ganas de buscar alternativas, de inventarse nuevos mundos posibles. Una generación que plantó sus bases en esta sociedad del bienestar que con la actual crisis económica se está viniendo abajo. Acostumbrada a una vida cómoda, ha perdido por el camino la posibilidad de encontrar nuevos destinos, horizontes diferentes. Las ganas de luchar se han visto diluidas porque el conformismo y la adaptación a una sociedad preestablecida han sido las banderas que siempre han enarbolado. Y como aquellos nómadas que recelaban de los primeros sedentarios, algunos de ellos se dedican a cuestionar nuevas formas de vivir.
Para la mayoría de esta generación, nosotros estamos locos. Porque la cordura a la que se refieren se basa en trabajar diez horas diarias, en desayunar de pie, en pagar una vivienda de más de mil euros al mes, en correr por las calles cuando ni siquiera se tiene prisa, en comprar cosas absolutamente innecesarias, en no tener tiempo para lo importante... Y, sin embargo, somos nosotros los que estamos locos.