Narrativa de viajes.
PRÓLOGOLa decisión.
Muchas de las decisiones importantes de nuestra vida se toman en momentos o lugares que jamás hubiéramos sospechado. Como consecuencia de dichas decisiones se empieza a perfilar nuestro destino, siempre y cuando estemos de acuerdo con la definición de que el destino es el resultado de las decisiones tomadas o no tomadas en un pasado. Pero incluso aceptando que nuestro futuro depende de los pasos que elegimos dar, a veces decidimos asuntos importantes sin apenas darnos cuenta. Algunas veces, incluso, las decisiones ni siquiera se toman. Simplemente suceden.
Fue así como una tarde lluviosa de un noviembre gris y tristón nos llevó a querer aprender a patinar sobre hielo. En el descanso de esta actividad que finalmente resultó no estar hecha para nosotros, y en la cafetería de aquel complejo deportivo, fue cuando nos confesamos mutuamente que nuestro sueño de toda la vida era dar la vuelta al mundo.
Es curioso comprobar cómo este deseo permanecía dentro de nosotros y nunca había salido a la luz como si fuera algo de lo que uno debiera avergonzarse. Si alguien declara que su sueño es tener un deportivo descapotable y una casa de tres pisos, nadie pondrá objeciones. Decir que tu sueño es dar la vuelta al mundo es arriesgarte a que te llamen loco, porque sucede que a menudo un loco es simplemente aquel que propone un modo de vida diferente.
Por tal motivo, nuestro deseo de rodear el planeta habitaba en un rinconcito de nuestro interior, con miedo a reconocerse a sí mismo. Pero aquella tarde de patinaje intensivo y de luxaciones de tobillo, y con la confianza que otorga el saber que te está escuchando la persona que mejor te comprende, ese sueño inconfesable apareció tal cual era. Pasar de ese sueño inconfesable a una firme decisión de querer cumplirlo duró lo que dura en enfriarse un café descafeinado. A veces, todo lo que uno necesita es preguntarse a sí mismo: ¿Y por qué no? ¿Quién o qué me impide realizar mi sueño? Una vez que has decidido no ampararte en las absurdas excusas de siempre, el camino se vuelve más llano y la respuesta surge automáticamente. La respuesta es nuestra decisión. La decisión de vivir la vida que queremos vivir.
Aquella tarde ni siquiera íbamos a patinar, la lluvia cambió nuestros planes. Salimos de casa para dar un paseo, y volvimos llenos de moratones pero sabiendo que ya nunca volveríamos a recriminarnos el no tener valor para reconocer que la vida que llevábamos no era la que años atrás habíamos imaginado para nosotros.
Tomar aquella decisión empezó a reportar sensaciones indescriptibles. Volvió la sensación de una infancia inocente, de recuperar recuerdos de una niñez en la que deseábamos ser como Marco, como Peter Pan, como Willy Fogg.... nunca hubo un héroe infantil que se pasara diez horas delante de un ordenador. Queríamos correr, queríamos volar, queríamos vivir aventuras. Ningún niño crece deseando ser un contribuyente con derecho a voto y con tendencia a aburguesarse.
Aquella tarde de patinaje tosco y de atropellar a quien tuviera la osadía de no apartarse a nuestro paso, decidimos que queríamos volver a ser niños. Queríamos regresar a la infancia, allá donde infinidad de sueños permanecen lejos del acoso de la vida real.
Decidimos que daríamos la vuelta al mundo en un periodo de un año. Viajaríamos sin prisa, sin planes, como si nadie nos estuviera esperando en ningún lugar. Con poco dinero, sin ningún tipo de lujo, con una enorme mochila y con los pulmones llenos de aire.
Ahorramos durante varios meses, vendimos nuestro coche y nuestra moto. Aquel dinero lo íbamos a invertir en nuestra felicidad. Dejamos nuestros trabajos, nuestra proyección laboral que tan buenos frutos decían que nos daría. También dejamos nuestro piso de alquiler, que a pesar de ser de alquiler, no dejaba de ser nuestro.
Por aquel entonces ambos jugueteábamos con la barrera de los treinta. A esa edad, teníamos dos opciones: dar la vuelta al mundo o madurar. Madurar en nuestra sociedad es abonarse a la cobardía de no tener más ambición que la de una vida cómoda. Significa enterrar pensamientos revolucionarios, dejar atrás locuras juveniles y aceptar la vida tal como es. Empezamos a ser maduros cuando el anhelo de un mundo justo desaparece y surge la imperiosa necesidad de comprarse un coche de marca alemana para intentar disimular una vida intrascendente.
Quizás en un futuro nosotros daremos este lamentable paso, pero aquella tarde de patinaje descerebrado y de abrazos a medio caer, decidimos que no era el momento de madurar.
Este libro es una de las consecuencias de haber tomado aquella decisión, y pretende ser un homenaje a todas aquellas personas que en algún momento de su vida han tomado una decisión pensando con el corazón y no con la cabeza. Personas que se han dispuesto a vivir sus vidas ignorando las que otros habían preparado para ellos.
Pero, sobre todas las cosas, este libro pretende ser un homenaje a aquellos que en un pasado lejano emprendieron viajes imposibles. Gente que recorrió el mundo sin saber a dónde iban, sin mapas, sin conocimientos. Navegantes que zarparon a explorar con la incertidumbre de no saber si algún día regresarían a puerto, aventureros de cuando aun habían cosas por descubrir. Personajes que viajaban sin reservar vuelos por internet, sin esperar que hubiera una pensión a medio camino. Gracias a aquellos valientes, hoy en día tenemos constancia de lo que abarca nuestro hermoso planeta, y fueron ellos los que hicieron posible que una tarde de patinaje de un noviembre gris y tristón, nosotros decidiéramos que valía la pena arriesgarlo todo y soñar en parecernos a ellos.